Aunque desde la perspectiva actual pueda resultar chocante, entre los siglos XIII y XV el aragonés era una lengua romance autónoma, funcional en todos los ámbitos comunicativos y dotada de un registro formal y escrito. Los archivos guardan decenas de miles de documentos que lo acreditan. El libro explora las razones por las que el aragonés se singularizó dentro del continuo dialectal románico y se escindió de vecinos con los que era totalmente inteligible, como el catalán o el castellano. Tras el cambio idiomático se escondía una transformación política mayúscula: la construcción de un Estado —el reino y la Corona de Aragón— que produjo una cultura hegemónica y una ideología lingüística que reconocían el aragonés como lengua.