La trama de Qui bien fá nunca lo pierde, organizada en un acto dividido en cuatro escenas y ambientada en la Villa de Hecho, desarrolla una línea argumental que bien podríamos considerar tópica: Emilia se deshace entre su amor por Pedrángel, un chico de la localidad, y la promesa de matrimonio que ha hecho ante la Virgen de Escagüés a Juanito, un forastero llegado de Zaragoza ―aunque con vínculos familiares en el Valle―, «calavera de la peor ralea» (p. 19), «el tirilla», «el pijaito», «el creba-muelas», «el esfullina-chamineras», «el cara de trufas aguachinadas» (p. 29). Pero Juanito, ante el buen corazón de Pedrángel, que le deja el camino libre para que Emilia cumpla su juramento, renuncia a casarse con ella a favor del pretendiente cheso. Late en el fondo la oposición entre el campo, que representa la nobleza de corazón, la honradez, la virtud, y la ciudad, que se juzga o define como poseedora de los atributos contrarios […].
El sainete Tomando la fresca en la Cruz de Cristiano ó á casarse tocan es una breve pieza cómica que presenta a un grupo de jóvenes amigas departiendo sobre sus inquietudes en torno a la pérdida de las tradiciones y al poco futuro de un pueblo en el que muchas casas se cierran; su mayor preocupación, sin embargo, radica en el deseo de casarse. En estas disquisiciones son interrumpidas brevemente por Colaset, el novio de una de ellas ―sin mucho interés por el matrimonio―, y también por el veterinario y el párroco del pueblo ―estos se expresan en castellano―. A raíz de la conversación que mantienen con este último, deciden crear una «Sociedad de muerte contra los mozos viellos», con unos estatutos que resultan, ciertamente, disparatados.