Desde los primeros pasos como investigador hasta el último momento de su vida, la filología pirenaica contó de modo decisivo en su quehacer. A pesar de su juventud fue una figura señera entre los romanistas de su país y uno de los más importantes precursores de los estudios sobre el aragonés.
Entre sus obras podemos destacar las siguientes. En 1938 publicó De quelques affinités phonetiques entre l´aragonais et le bearnais (Afinidades fonéticas entre el aragonés y bearnés), trabajo aún no superado, donde demuestra una antigua unidad fonética en las dos vertientes de los Pirineos. En 1940 su artículo The Enigma of the Lizard in Aragonese Dialect (El enigma del lagarto en el aragonés), en el que planteaba problemas sobre morfología y toponimia, dio base a una brillantísima contestación de J. Corominas.
Las Actas de la Primera Reunión de Toponimia Pirenaica (Zaragoza, 1949) dieron a conocer Toponimia menor en el Alto Aragón, cuyo valor es excepcional para cuantos se dedican a cuestiones pirenaicas o a toponimia general. En el Primer Congreso Internacional de Pirineístas (San Sebastián, 1950) presentó The Evolution of -ll- in the Aragonese Dialect, magnífica comunicación en la que pretendió explicar el debatido problema del tratamiento de la -ll- latina. En 1953 apareció Placenames in the Valley of Tena (Aragón) (Nombres de lugar en el valle de Tena, Aragón). El mismo año de su muerte (1960) se editó su obra de más empeño, The Romance Lenguages (Las lenguas romances), que nos traía toda su maestría de largos años de experiencia.