En pocas palabras, la Vigilia y octavario cuenta cómo un grupo de pastores se reúne en una ermita erigida en lo alto del Moncayo para celebrar las vísperas de la festividad de San Juan Bautista (desde el 15 al 24 de julio). Para ello, cada uno de los días adornan el santuario, celebran misa, se entretienen con juegos, cantos, bailes, fiestas de toros e incluso dedican parte de su tiempo a relatar historias que, en apariencia, no siempre tienen que ver con el propósito que los tiene allí congregados.
Esta historia marco remite, sin duda, al modelo boccacciano en el que una reunión, de damas y caballeros da lugar a narraciones dispares. Esquema que, por lo demás, fue muchas veces imitado por los autores de la novela corta durante el Barroco. La excusa para, reunirse y contar podía ser una simple tertulia, la visita a una amiga enferma, un viaje o una fiesta, como es el caso de la Vigilia y octavario. Bien es cierto que este contexto narrativo también podría considerarse una trasposición de las reuniones literarias o académicas tan frecuentes en la España, del XVII y que Abarca de Bolea conoció, aunque seguramente de manera indirecta.